10 razones para matar a mi suegra. Una noticia "inesperada"


Una noticia “inesperada”

Aparco la moto y corro hacia la entrada principal. Los tacones no están pensados para correr. Aún así, cubro el trayecto en tiempo récord. Me detengo ante la puerta del edificio y respiro aliviada al ver que no he perdido la compostura en mi carrera.  Frente al ascensor, miro impaciente los números que se van mostrando, a la espera de que se abran las puertas. Las nueve y media. Por fin el ascensor llega. Entro como una exhalación en la oficina y dejo mis bártulos en sobre la mesa. Pongo a cargar la Blackberry y repaso la oferta que tenemos que defender.
-          ¿Vienes a desayunar?- dice Helena, asomando su cabeza por la puerta del despacho.
-          Mmmmmm –Vuelvo a mirar mi reloj y repaso mi agenda mentalmente. - Dame diez minutos que imprima esto.
-          ¡Perfecto! – exclama con una gran sonrisa al tiempo que hace el gesto de Ok con la mano.
Revisados los costes y la planificación, imprimo el archivo y lo guardo en mi bolso satchel. Helena y Carla me esperan, abrigo en mano y con cara de hambre.
Ya en la cafetería, al calor de un café, comenzamos nuestra sesión de cotilleos.
-          ¿Qué tal llevas la boda?
-          Ufff – resopla – Mejor no lo menciones.
-          Pues sí que estás desanimada.
-          ¡Como para no estarlo! – responde ella alzando la voz. Un par de cabezas giran en nuestra dirección para saber qué sucede. – Tengo a mi suegra todos los días en mi casa.
-          Pero si antes apenas os veíais…
-          Pues ya ves. Desde que se ha enterado de la boda y de que mi madre me está ayudando a organizarla, se presenta todas las tardes. Lo discute todo y tiene que estar todo a su gusto: que si las flores tienen que ser lirios, que si la mantelería queda mejor en malva,… ¡Quiere cambiar hasta mi ramo!
-          Párale los pies, nena. Si no, acabarás haciéndolo todo como ella quiera.
-          ¿Y cómo se lo digo? – pregunta pidiendo auxilio.
-          Habla con Marcos. Que él se lo diga a su madre.
-          Si te enfrentas con ella acabarás perdiendo.
-          ¿Por qué todos los hombres hacen siempre caso a sus madres?
-          Ay, nena. No lo sé, pero es así. Intenta que él vea cómo se comporta.
-          Ya lo intento, pero la muy… - contiene la palabra que Helena y yo tenemos en mente – puñetera viene cuando él está trabajando.
-          Jajajajaja, parecen todas cortadas por el mismo patrón.
-          En fin…paciencia es lo que nos queda, ¿no?
Terminamos la tertulia y volvemos corriendo a la oficina. Tanto correr me acabará matando. El corazón o los tacones me darán un susto un día.
*****************
Después de una interminable reunión en la que hemos mostrado nuestro proyecto, recojo mis cosas y abandono la sala, satisfecha del trabajo que hemos hecho. Suspiro aliviada al ver que son las dos pasadas y puedo ir a recoger a Claudia después de comer. Por fin es viernes y podré disfrutar de algo de paz.
-          ¡Mami! – me saluda al cruzar la puerta del colegio.
-          Hola, mi amor. ¿Qué quieres hacer esta tarde?
-          ¡Un búho!
-          ¿De peluche?
-          ¡Nooooooooooooo! Un cojín con forma de búho.
-          Está bien – digo mientras sonrío al ver la cara de felicidad de mi pequeña.
Nos alejamos, ella saltando pero sin soltar mi mano y yo disfrutando del paseo hasta llegar a casa.
Después de una tarde estupenda cortando telas, cosiendo y rellenando con fibras, Claudia ya tiene su cojín. Ahora duerme plácidamente, abrazada a él. Me encanta verla mientras duerme, apoyada en el marco de la puerta.
Unos brazos rodean mi cintura, al tiempo que un susurro provoca escalofríos por todo mi cuerpo.
-          ¿Vienes a la cama?
-          Espera un momento – respondo, haciéndome de rogar.
Después de unos minutos de rigor, me coge en brazos y me lleva a nuestro dormitorio. Con dulzura me tumba sobre la cama y se echa a mi lado. Sus besos apasionados me dejan sin aliento. Un timbre agudo nos interrumpe con brusquedad.
-          ¿Es que no te pueden dejar tranquila ni en fin de semana? – se queja, refunfuñando mientras voy a coger el teléfono.
Callo porque sé que mi trabajo es el motivo de los últimos meses de discusiones. Cojo mi móvil pero éste no refleja la llamada perdida. Vuelvo a oír el sonido agudo pero mi teléfono sigue en silencio. Vuelvo al dormitorio y le doy su móvil.
-          Es tu hermano.
-          ¿Qué habrá pasado? – Me mira asustado, esperando mi respuesta.
-          Si no lo coges no lo sabrás.
Diego se pasea por el comedor, dando vueltas y atusándose el pelo. Vuelve al rato con aire de estupefacción.
-          Mañana vamos a comer a su casa.
-          ¿Eso es todo?
-          Sí. Es raro que nos inviten a comer. Mis padres también vienen. Y nunca les han invitado.
-          Normal, si tu madre siempre les critica. – Al instante me arrepiento, pero no he podido contenerme.
-          Me parece muy raro… - dice, evitando entrar en la discusión.
Asiento sin añadir nada más. Sólo se me ocurren dos opciones: o le han ofrecido el puesto en Londres a su hermano o… Diego no comenta nada más. Se mete en la cama con un breve “buenas noches”. Nota mental: matar mañana a mi cuñado por estropearnos la noche.











Cuando llegamos a la casa de Marc y Eva, más sorpresas nos esperan. Aún no había llegado Adela. Carlos, el padre de Diego y Marc, está sentado junto con Esther, su segunda esposa. Ambos charlan entusiasmados con Esteban, el padre de Eva. Elvira, su mujer, está sentada en el sofá haciendo punto.
-          Algún día me gustaría aprender a tejer – murmuro.
-          ¿Y de dónde vas a sacar el tiempo? – responde, sarcástico.
Le contesto sacándole la lengua aunque sepa que necesito días de cuarenta y ocho horas por lo menos. Adela se hace rogar. Llega media hora tarde, para variar. Nos sentamos en la mesa y disfrutamos de una comida tranquila. Si eso es posible.
Adela mira de soslayo a su ex marido. Le repatea que sea feliz con otra mujer. O simplemente le repatea que sea feliz. Cuanto más infelices son los demás, más feliz es ella.
Pasamos al postre. Eva y Marc se acercan con una tarta cubierta de fondant. Sobre ella, hay una pequeña figura. Sonrío al adivinar de qué se trata la noticia. Miro a Claudia, que se sienta a mi lado y la abrazo. No puedo contener la emoción.
-          Ay, hija. ¡Felicidades! – la madre de Eva se ha adelantado. Menos mal.
-          Gracias mamá.
-          Muchas felicidades, chicos.
-          ¿De cuánto estás?
-          ¿Cómo te encuentras?
-          ¡Qué emoción!
-          Algunas mañanas me levanto con náuseas – intenta contestar Eva.
-          Lo mejor para eso es una infusión con jengibre.
-          Y poner los pies en alto diez minutos.
-          No atosiguéis a los pobres. -  Trato de rescatarlos. – Ni siquiera les habéis dejado dar la noticia.
-          Tienes razón, Mireia. ¡Es que estoy tan emocionada! – contesta su madre, con lágrimas en los ojos.
-          Mamá, ¿no dices nada? – pregunta Marc a Adela.
-          Felicidades.
-          Parece que no te haga ilusión.
-          No, hombre no. Es que pienso que quizás no sea buen momento. Sois muy jóvenes.
-          Tú nos tuviste con veintiséis.
-          Sí. Y mira cómo acabamos tu padre y yo.
-          ¿Insinúas que fue culpa nuestra?
-          No creo que este sea un momento para reproches. ¡Vamos a ser abuelos, Adela! – El pobre Esteban intenta calmar el ambiente.
-          Yo ya soy muy mayor para ser abuela – murmura ella entre dientes.
Gracias a los padres de Eva y a Carlos y Esther, retomamos la alegría del momento. Se les ve felices. Recuerdo cuando supimos que estaba embarazada. Ya han pasado seis años. Claudia está contenta al saber que va a tener un nuevo primo pero se aburre aquí sola. Suerte que Eva la ha llevado a su habitación y le ha puesto el dvd de la Bella y la Bestia, su película favorita.
-          Tranquila, tú no desesperes – me dice Elvira, cogiendo mis manos.
-          ¿Cómo?
-          Entiendo que estés triste, pero cuando menos te lo esperes, estarás como Eva.
-          No sé a qué se refiere, doña Elvira.
-          Mujer, ¡no me digas doña! – exclama, para bajar súbitamente la voz. – Adela me ha contado que estáis buscando un hermanito para Claudia. Ten paciencia, que el día menos pensado tendrás la sorpresa. No debes culparte porque tengas problemas para quedarle embarazada.
-          Muchas gracias, doña… digo Elvira – la rabia me invade. Sí, la voy a matar. – Voy a ayudar a Eva con los cafés, que estará cansada.
-          Gracias, hija.
Voy hacia la cocina mortalmente indignada. Refunfuñando, preparo los cafés. Oigo una voz pero mi malhumor me impide prestarle atención.
-          ¿Qué te pasa? – la voz de Eva me trae de nuevo a la Tierra.
-          Odio a Adela.
-          Ya somos dos. ¿Qué ha hecho ahora?
-          Le ha dicho a tu madre que no puedo quedarme embarazada porque tengo problemas.
-          ¿Vais a por un hermanito para Claudia? ¡Y no me lo habías contado!
-          ¡Porque no es verdad!
-          ¿Entonces?
-          No sé si la odio más por ir diciendo que queremos tener otro niño o por inventarse que tengo problemas de salud.
-          Está loca perdida – me susurra mientras entramos al comedor con los cafés.
-          Ya ves.
Sentada en el sofá, Eva y yo charlamos emocionadas ante la idea de la llegada del bebé en la familia. Elvira, a su lado, ha comenzado a tejer lo que será una manta para su nieto. O nieta.
Claudia viene corriendo y me abraza, escondiendo su cabeza en mi regazo.
-          ¿Qué te pasa, cariño?
-          La yaya me ha quitado la película – contesta entre sollozos.
Al instante aparece Adela haciendo aspavientos.
-          ¡Con lo bien que nos lo estábamos pasando! ¿Por qué te has ido?
-          ¿No estabas viendo los dibujos?
-          ¿Quieres que te ponga otros?
-          Tiene sueño, pobre.
-          Claudia, ven que te cuente un cuento – ordena rápidamente Adela.
-          ¿Podemos irnos a casa? – suplica con los ojos llenos de lágrimas.
-          Sí, cielo. – Le acaricio el pelo mientras busco a mi marido con la mirada.
-          Esta niña está enmadrada – murmura Adela. La bruja cree que no la hemos oído.
-          Voy a buscar a tu padre – se ofrece Eva, que vuelve con Diego, chaquetas en mano.
-          Claudia está cansada.
-          Vamos a despedirnos.
Como un alma en pena, Claudia se despide uno a uno de todos. Al llegar a Adela, se echa para atrás y se viene conmigo.
-          ¿Y a mí no me das un beso? – dice Adela haciéndose la víctima.
-          Claudia, despídete de tu abuela – le ordena Diego.
-          No quiero.
-          Claudia.
-          Va, déjala. Vámonos ya – le apremio.
-          No hasta que se despida.
-          Si no quiere hacerlo será por algo – interviene su padre.
Diego cede y le pone el abrigo a la niña y nos despedimos. Salimos a la calle, que nos recibe con un abrazo helado. Adela se ha quedado con cara de lechuga. Seguro que rabia por dentro.
Entramos en el coche y doy gracias a la calefacción. Miro por el retrovisor central y Claudia ya está en el quinto sueño. Sonrío.
-          ¿Por qué no me has apoyado?
-          Porque no tenías razón.
-          Ah, ¿no? Si no se despidiera de tu madre también te enfadarías.
-          Mi madre no le quitaría los dibujos – le contesto tajantemente. Eso le pasa por meter a mi madre.
-          ¿Cómo?
-          Claudia estaba viendo los dibujos. Ha ido tu madre, ha apagado la tele y se ha puesto a hablar con ella. ¿Tú no te enfadarías?
-          ¿Y por qué no me has dicho nada?
-          Porque no me has dejado.
Silencio. Sé que sigue enfadado pero yo también lo estoy. No paro de dar vueltas a lo que me ha dicho la madre de Eva.
-          ¿Le has dicho a tu madre que queremos tener otro niño?
-          ¿Yo? No.
-          Pues tu madre le va diciendo a la gente que lo estamos intentando.
-          ¿Quién te lo ha dicho?
-          Elvira me ha preguntado qué tal lo llevaba.
-          ¿En serio? Lo habrás entendido mal.
-          ¿Y que no podemos porque tengo problemas? ¿Eso también lo he entendido mal? O a lo mejor son imaginaciones mías.
-          ¿Por qué iba a inventarse algo así?
Porque está loca, pienso. Pero eso no se lo puedo decir.
-          ¿Y por qué se lo iba a inventar Elvira?
-          No sé…Es mayor. Habrá entendido mal.
-          Es más joven que tu madre.
Calla porque sabe que tengo razón y porque no tiene una excusa para defender a su madre. El ambiente está caldeado y no por la calefacción. Por suerte hemos llegado a casa. Saca a Claudia en brazos mientras yo abro la puerta. Se dirige al dormitorio mientras guardo los abrigos. Sale del cuarto de la niña y se encierra en el despacho. Aún con el enfado, me siento en el sofá a ver la tele, esperando que se calme la situación. Cambio de canal una y otra vez, sin prestar atención al programa. Cada vez aprieto las teclas con más fuerza. Creo que es la tercera o cuarta vez que aparece en la pantalla una escena de “Lo que el viento se llevó” cuando suena el teléfono de Diego, que he sacado de su chaqueta y está encima de la mesita. Me levanto y lo cojo. Mi enfado va en aumento al ver en la pantalla el nombre de su madre. Sin abrir la boca, descuelgo, temiendo una charla de  mi querida suegra.
-          Hijo, me encuentro mal. Llama a una ambulancia. Por fav..
No me da tiempo a oír nada más. El tu tu tu de la línea, comunicando me deja en estado de shock.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...